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¿Os acordáis de los leviatanes y otras criaturas monstruosas que, según las viejas leyendas medievales, dominaban el mare ignotum? No eran sólo cuentos de marineros fantasiosos; los océanos de antaño bullían de cetáceos y peces de dimensiones mucho más grandes que los de nuestros días. Lo hemos sabido por la reconstrucción histórica realizada por el Censo de Vida Marina. Su inventario detalla el efecto devastador de las acciones del mayor depredador, el homo sapiens, a lo largo de los últimos mil años.
De entrada, los expertos del proyecto internacional han precisado que la actividad pesquera se remonta 300.000 años en el pasado (anteriormente se pensaba que los primeros pescadores-recolectores aparecieron hacía 40.000 años). Pero ha sido durante el último milenio cuando la intervención humana se ha hecho notar. ¡Y cómo!
La historia del expolio marino en serio arranca en el año 1.000, cuando la pesca de agua dulce en Europa entró en crisis —las capturas eran cada vez más pequeñas—, y los pescadores marcharon con sus anzuelos a las costas. Cinco siglos más tarde, la invención de mejores botes y artes pesqueras dio un gran impulso a la pesca mar adentro, aunque la revolución, señala María De Nicoló (Universidad de Bolonia), se produjo en el siglo XVII, cuando dos botes se coordinaron para arrastrar una red.
Otros saltos tecnológicos facilitaron que la rapiña de los mares diera pasos de gigante. Así, las aguas de Nueva Zelanda, que en 1800 hervían de ballenas francas (unos 27.000 especímenes), tras la visita de los balleneros pasaron a albergar apenas 25 hembras en 1925. Un aspecto parecido presentaban en el siglo XIX las costas del sur de Inglaterra: tiburones y orcas ennegrecían el mar, las playas rebosaban de delfines y las marsopas remontaban los ríos. Por esas fechas se colapsaron las pesquerías de arenque, dando lugar a una explosión de medusas que desestabilizó la cadena alimenticia acuática.
Este es uno de los mosaicos más antiguos que muestra la pesca con red barredera (Bizerte, Túnez, siglo V)
Para reconstruir el pasado los especialistas echaron mano de viejos cuadernos de bitácora, registros impositivos, trofeos embalsamados, pinturas antiguas, botones de hueso de ballena, folklore marinero, cartas de menú, e incluso amarillentos textos literario como uno escrito en Sicilia en 1153, a propósito del Atlántico Norte y sus "animales de tan gran tamaño que los moradores de las islas usan sus huesos y vértebras en lugar de madera para construirse sus casas".
Los testimonios de los pescadores, por otra parte, han permitido saber que, en 40 años, las poblaciones de hipocampos en Filipinas fueron diezmadas en un 90% (en los años 60, los pescadores se ufanaban de sacar más de 200 caballitos de mar en una noche). En Florida (EEUU), las fotografías de pesca deportiva revelan que, entre 1956 y 2007, el peso medio de las piezas descendió de 20 a 2,3 kilos, y su longitud se encogió a 34,4 centímetros.
Estos datos se debatirán en la conferencia que tendrá lugar el 26 de mayo en Vancouver. Pero los expertos no se limitarán a entonar una letanía de catástrofes; sobre todo, destacarán las especies que se han recuperado: las nutrias marinas de Norteamérica, los elefantes marinos de la Baja California o las ballenas grises del Pacífico.
Fotografía que muestra los "trofeos" capturados en Cayo Hueso (Florida) en 1958.
"La combinación de restricciones pesqueras, control de la contaminación o protección de hábitats, especialmente de colonias de cría y zonas de alimentación, han impulsado la recuperación", apunta Heike Lotze, investigadora de la Universidad Dalhousie (Canadá). En ella influyen además la magnitud del expolio, la historia natural de cada especie (los animales marinos longevos se recuperan más lentamente que los de vida corta), y el tiempo transcurrido desde el colapso. Y donde las especies han desaparecido por completo, se ha visto que su reintroducción puede ayudar, concluye la especialista.
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