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Quizás una de las mayores aspiraciones del hombre, además de la de volar ha sido sin duda la conquista de los fondos marinos. Haciendo un buen acopio de imaginación, nos lo figuramos en sus primeros intentos subacuáticos, zambulléndose torpemente aguantando la respiración tratando de sumergirse unos metros, comenzando a ser consciente de sus limitaciones en el medio acuático al comprobar cuán costosa le resultaba alcanzar una cierta profundidad. |
Nos imaginamos también su desilusión cuando al abrir los ojos para contemplar las maravillas que él suponía allí sumergidas, no pudo percibir más que unas imágenes más o menos borrosas difíciles de distinguir con claridad. Su segunda decepción fue el comprobar que sus ojos no estaban constituidos para ver a través del agua. La experiencia le sirvió para alcanzar a comprender cuáles eran las tres limitaciones fundamentales que por ley natural tiene el hombre cuando se sumerge sin más medios que su propio cuerpo y la limitación visual.
Pero aquel hombre tan primitivo y privado de recursos intuyó por propio instinto que aquellos problemas que se le presentaban no eran insalvables, primero comprobar que si al descender llevaba consigo un peso suficiente: se sumergía con menos esfuerzo y alcanzaba mayor profundidad, y que si lo mantenía sujeto el tiempo que permanecía sumergido, el esfuerzo por mantenerse en profundidad era menor. De esta manera totalmente intuitiva comenzó a utilizar la técnica fundamental del buceo en apnea, técnica que hoy en día continúa siendo válida aunque lógicamente se disponga de otros medios para realizarla. |
Sin embargo, el gran problema de la visión subacuática aún tardaría mucho tiempo en poder superarlo. Esto seria la causa de que muchas generaciones de buceadores dedicados a la pesca de esponjas, ostras perlíferas y coral, terminaran con graves lesiones oculares a edades aún tempranas a causa del prolongado contacto de sus ojos con el agua del mar. Esta dura experiencia les haría comprender que si conseguían aislar sus ojos del contacto con el agua creando a su alrededor un ambiente similar al suyo natural, el aire, el problema podía ser superado., Muchos fueron los inconvenientes con que tropezaron hasta lograrlo, si se considera la ausencia de los materiales adecuados para este fin y que ellos compensaron a fuerza de ingenio. De esta manera llegaron a concebir unas gafas rudimentarias construidas con madera y concha de carey pulida a guisa de cristal. Así nacerían las primeras gafas submarinas de la historia del buceo, hecho que tuvo lugar no se sabe exactamente cuándo, en la lejana Polinesia; parece ser que con posterioridad a este acontecimiento también los pueblos ribereños del Mediterráneo comenzaron a utilizar algo parecido, aunque en este caso en vez de concha de carey seria asta de toro el material utilizado como cristal. A partir de este momento se disponía de los elementos básicos para la práctica del buceo a pulmón libre; el lastre y las gafas; habrían de transcurrir aún muchos años para poder disponer de ese elemento tan valioso como son las aletas natatorias.
El Rey Asurbanipal al frente de su ejército, cruzando un río. |
Fueron pues los pescadores de coral, perlas y esponjas del Mediterráneo y del mar Rojo quienes se dedicaron por primera vez en la historia como profesionales del buceo; en la época del esplendor de Grecia los buceadores gozaban de una especial distinción. Posteriormente lo harían los polinesios y las “amas” japonesas, que por cierto, éstas últimas también gozaban de una merecida fama y de distinciones especiales.
Pero no fue solamente lo comercial la única actividad de estos buceadores. El hombre, siempre dispuesto a encontrar nuevos medios eficaces para la guerra, intuyó que estos buceadores bien podían convertirse en una poderosa fuerza de combate, siendo los griegos quienes los utilizarían por primera vez como tales combatientes y con éxito en operaciones navales, los cuales, al parecer, ya utilizaban el tubo respirador según consta en los escritos del filósofo griego Aristóteles, que lo define así: “los buzos de la época estaban dotados para permanecer largo tiempo bajo el agua, respirando a través de un tubo que les hace parecerse a los elefantes”. Las guerras del Peloponeso fueron escenario de las singulares hazañas de estos combatientes. También de época similar, hay constancia de que los asirios utilizaban buceadores militarmente; en un bajorrelieve hallado en el palacio del rey asirio Asurbanipal II (860 a.C.) aparecen las figuras sumergidas de unos guerreros, una de las cuales dicen es el propio rey, portando odres de carnero llenas de aire a guisa de equipo de respiración. Sin embargo, habrían de ser los romanos quienes dentro de su perfecta organización militar, crearan las primeras unidades de combatientes subacuáticos a las que denominaron "Urinatores", de cuyo equipo años después hace una amplia descripción Renato Vegetius, militar y autor famoso del siglo IV de nuestra era, en su obra "De re militares". Las primeras operaciones en que intervinieron estos combatientes fueron las guerras de Cesar contra Pompeyo; después sus operaciones se sucederían unas tras otras hasta el año 200 de nuestra era. A partir de entonces, con la caída del Imperio Romano se perdería la heroica figura del buceador guerrero y aunque de hecho continuaron existiendo durante todo el medioevo, habría de ser en el Renacimiento cuando la actividad subacuática volviese a tomar un nuevo impulso. Hombres preclaros de la época se interesaron de nuevo por esos temas dando lugar al nacimiento de lo que entonces denominaron "Ars urinatoria" de cuya influencia no se habría de ver libre el genio polifacético de Leonardo de Vinci, quien diseñaría las primeras aletas natatorias, además de unos guantes palmeados y de tubos respiradores más o menos sofisticados.
Pero ya por entonces la actividad subacuática comenzó a especializarse en trabajos tales como los de recuperación de buques hundidos, trabajos en puertos y arsenales, e incluso en la continuación de la tradición del pescador de esponjas y coral. Tradición que en Grecia se mantuvo a través de los años, lo que ha dado lugar a que los buzos de aquella región hayan sido considerados como los mejores del mundo.
Tubo respirador, caperuza y guante palmeado de Leonardo de Vinci |
Con la segunda guerra mundial, aparece de nuevo la imagen del buceador de combate y han de ser nuevamente los italianos quienes lleguen a crear los famosos "Hombres Gamma" dignos herederos de sus antepasados los "Urinatores", y quienes se cubrieron de gloria en multitud de operaciones, dando lugar después a que otras potencias de la contienda siguieran su ejemplo: los ingleses crearían los famosos "Foog-man" (hombres rana) denominación que ha quedado muy arraigada y que aun se sigue utilizando cuando se menciona a los nadadores de combate: los alemanes por otro lado organizarían las unidades de 'Hombres K', después lo harían los norteamericanos que los utilizarían en la campaña del Pacifico.
Jacques Mayol y Enzo Maiorca
Una vez terminada la segunda guerra mundial, la actividad subacuática a nivel deportivo comienza a tomar un gran auge y el deporte de la caza submarina lo practican legiones de deportistas de todo el mundo mediante el buceo a pulmón libre cuya técnica viene a ser en líneas generales la misma utilizada desde hace siglos, habiendo cambiado solamente los medios disponibles que lo hacen más fácil y seguro. Esto traería como consecuencia la aparición de una nueva evolución de la técnica de la inmersión en apnea, aplicada a la consecución de récords de profundidad, que ha permitido alcanzar e incluso superar el descenso a los 100 metros, marcas alcanzadas por hombres ya casi dentro de la leyenda como Jacques Mayol y Enzo Maiorca y más recientemente Stéfano Makula. Sus experiencias han servido para estudiar y conocer los problemas del buceador en apnea. En la actualidad, el 30 de junio del 2005 Patrick Musimu, rompió el récord de apnea, alcanzando la profundidad de 209 metros.
El buceo con escafandra clásica
La escafandra clásica es un invento del siglo XIX y se debe al inglés Augusto Siebe, pero no seriamos justos si antes de entrar en profundidad sobre este nuevo y revolucionario medio de buceo en su época, no hiciéramos mención, aunque breve, de aquellos ingenios que fueron precursores de este invento pues, salvo excepciones, toda novedad no es más que el resultado de la continuidad y mejora de un método o sistema.
Cuando el hombre comenzó a sumergirse sin más autonomía que aquella que le proporcionaba su propia capacidad pulmonar, su única obsesión fue la de encontrar un medio que le permitiera permanecer sumergido el mayor tiempo posible. Así aparecería la primera campana o "Lebela" que Aristóteles menciona en sus escritos y que describe así: “Se trata de una especie de campana llena de aire, colgada en posición invertida, de forma cónica, en cuyo interior una vez sumergida mete la cabeza y la parte superior de su cuerpo el “buceador”. Este aparato por entonces muy rudimentario sufriría importantes transformaciones a través del tiempo. La primera y más importante se debe al astrónomo inglés Edmund Halley, quien en el año 1690 diseña una campana de grandes dimensiones (1.600 litros de capacidad) para varios buzos. Este ingenio tenia la novedad de que el aire era suministrado en su interior por medio de barriles que llenos de aire se enviaban desde la superficie, y lo que es más ingenioso, los buzos podían salir al exterior portando una mini-campana personal en la que ya se comenzaba a vislumbrar el casco de la futura escafandra clásica, y a la que de forma ingeniosa se le suministraba el aire desde la campana nodriza a través de un tubo, Naturalmente, en la práctica, la cosa no era tan sencilla pues para que la escafandra le suministrase al buzo el aire necesario, éste tenía que encontrarse siempre a una altura superior a la de la campana. Pero sin embargo esta idea dio lugar a otras posteriores de diseño más avanzado como fue la de otro compatriota suyo el ingeniero John Smeaton (1786) quien por primera vez incorporó el sistema de suministro de aire desde la superficie; la otra novedad de esta campana estaba en que su construcción era de hierro fundido, primera vez que se utilizaba este material, la ventilación constante del interior y la eliminación por la parte inferior del aire viciado (pues se apoyaba sobre unos soportes de 1 m de altura) unido a la solidez con que se colocaba en posición, hacían de ella un cómodo medio de trabajo. Después se continuaron construyendo otros modelos algo más mejorados.
Campana de Halley (1656)
Sin embargo, por aquel entonces ya se habían hecho algunos intentos por lograr un equipo individual de buzo. El primero de ellos se debe a otro inglés, John Lethebridge, (1766) quien ideó un aparato bastante rudimentario aunque no carente de ingenio; consistía en una especie de tonel de madera donde el buzo introducía medio cuerpo, sacando los brazos a través de unas mangas ajustadas de cuero; recibía el aire a través de dos tubos a la altura de la cabeza y lo eliminaba por la parte baja del tonel.
Treinta años después un alemán, el ingeniero Klingert diseñaría otro nuevo equipo que mejoraba sustancialmente al de Lethebridge , el cual ya tenia una cierta semejanza con lo que después seria el traje clásico de buzo. El equipo disponía de un casco de metal con mirillas de observación en la parte delantera, a la que iban ajustados dos tubos, uno de entrada y otro de salida del aire, el casco iba unido a una pieza de cuero en la que estaban las mangas, que a su vez iba unida a una especie de cinturón metálico del que pendían unas piezas de plomo, luego llevaba unido al cinturón una especie de calzón hasta la rodilla. Posteriormente introduciría algunas mejoras aunque no demasiado afortunadas. La primitiva escafandra de Siebe (1818), en cierto modo recordaba el concepto de la campana pues se trataba de un casco metálico ligeramente esférico, con una especie de peto en la parte inferior que el buzo se apoyaba sobre los hombros, la pieza metálica iba unida a una especie de chaqueta de cuero que le llegaba hasta la cintura que es por donde expulsaba el aire sobrante de la respiración. Sin embargo, tenia el inconveniente de que si el buzo inclinaba la cabeza más de lo debido se le escapaba el aire. El aire lo recibía por medio de una bomba a través del casco el cual iba provisto de tres mirillas. Años más tarde (1837) lograría el traje completo de buzo clásico, cuyo fundamento aún se mantiene vigente hoy día. El traje era estanco, cubría todo el cuerpo y estaba confeccionado con tejido de lona cauchutada que lo hacia impermeable; el casco era de cobre y disponía de tres mirillas circulares que dotaban al buzo de un amplio campo visual; el aire penetraba por la parte superior del casco y se eliminaba por una válvula situada al lado derecho de la parte inferior de éste. El ajuste del casco con el traje se hacia por medio de una arandela acoplada a la parte superior del traje que encajaba con el casco por un sistema de media vuelta y cuya junta quedaba completamente hermética, El buzo calzaba unos pesados zapatos de plomo que a su vez le servían de lastre además del que en forma de escapulario llevaba colgado sobre pecho y espalda.
La máquina de Klingert (1797) |
El traje de Siebe resultó un éxito para la época y enseguida fue adoptado por las marinas militares y buzos profesionales de casi todo el mundo. Sin embargo, aún distaba mucho de ser perfecto como así se puso de manifiesto, pues los problemas de las diferencias de presión que se creaba, en su interior, debido a los fallos que a veces se producían en el sistema de alimentación y otras en el de evacuación de aire, eran la auténtica pesadilla de los buzos de entonces. El temido “golpe de ventosa” y la no menos temida "subida en balón", eran accidentes frecuentes que muchos desgraciadamente no llegaban a contar y a otros los dejaba dañados para el resto de su vida, Por otro lado, como en aquel entonces no se conocía aún con mucha exactitud cuál era la causa de la enfermedad descompresiva, en muchos casos los trastornos que padecían aquellos buzos eran achacados a causas totalmente ajenas al problema real, trastornos que iban en aumento puesto que la utilización de equipos cada vez más eficaces y seguros, permitían una autonomía mayor y a su vez, alcanzar cotas más profundas. El problema vino a remediarse en parte con la publicación por el médico escocés John Scott Haldane, de las primeras tablas de descompresión que serian utilizadas por todas las marinas y buzos del mundo, cuyo fundamento ha servido para la confección de otras más perfectas, fundamento aún hoy válido - en España se comenzaron a utilizar por la Marina en el año 1926. Con este medio al alcance de los buzos de entonces, no cabe duda de que se dio un paso decisivo en la prevención de los accidentes de descompresión.
El buceo con escafandra clásica ha sido y continuará siendo una actividad exclusivamente de tipo profesional; la construcción de obras hidráulicas, diques, puertos, desguaces de barcos hundidos, voladuras para dragados, recuperaciones de objetos de valor, etc. han sido a través de generaciones actividades fundamentalmente necesarias para el desarrollo de los pueblos, que sin la colaboración del buzo difícilmente hubieran podido realizarse. Sin embargo, dadas las limitaciones que le impone la profundidad llega un momento en que la utilidad del buzo clásico es nula. Para superar esta barrera fue preciso recurrir a la invención de equipos que pudieran alcanzar grandes profundidades. Así nacieron los equipos acorazados de inmersión, que aunque el primero de ellos se remonta al ideado por el inglés Lethebridge, del que hicimos mención al referirnos a la campana de buzo, el año 1715 hizo las pruebas de un tonel de hierro de 1,80 m de longitud, que tenia una tapa de cierre hermético que a su vez servia de escotilla de acceso y que es donde venia a quedar colocada la cabeza del buzo; disponía de una mirilla con cristal y de un par de aberturas por donde sacaba los brazos. El diámetro de la tapa era algo mayor que la parte de los pies. El tonel se llenaba de aire por medio de unos fuelles, una vez en su interior el buzo; cuando se consideraba que estaba lo suficientemente cargado tapaban los orificios con unos tapones a rosca y la hacían descender colgado de un cabo desde la embarcación; además llevaba un cabo guía de señales que manipulaba el buzo. Cuando al buzo se le hacia la respiración fatigosa, era izado, se le desenroscaban los tapones, le volvían a insuflar aire y vuelta a bajar. Se dice que llegó a alcanzar una profundidad de 22 m., cifra que nos parece muy exagerada, sin embargo al parecer fue utilizado con cierto éxito en varias ocasiones. Pero a pesar de que en años posteriores se sucederían las novedades de este tipo de equipos, se puede decir que hasta el año 1875 no hubo algo digno de mención. Se trata del traje acorazado y articulado del norteamericano Lafayette, el cual tenia una cierta semejanza con el equipo Siebe-Gomian; luego vendría, entre otros, el de los hermanos Carmagnolle, en Francia en 1882 el cual tenia la originalidad que el casco era de forma esférica y la mitad delantera en vez de una mirilla estaba lleno de pequeñas mirillas de escasa separación entre ellas, las articulaciones de brazos y piernas eran muy originales pero excesivamente complicadas. Después vendrían otros más, pero hasta que no se pasa a la campana de observación no se logra alcanzar profundidades realmente importantes. La Lavis-SiebeGorman, en 1912 y la Galeazzi en 1930 marcaron un hito en la investigación submarina pues lograron alcanzar con éxito los 120 m. Por aquel entonces apareció la batisfera de William Beebe y Otis Barton, quienes en el año 1934 consiguieron alcanzar los 924 m. En la actualidad podemos decir que los últimos aparatos metálicos articulados han sido los Galeazzi. Pero con la aparición de los nuevos batiscafos y mini submarinos con aparatos de control remoto como el utilizado en el rescate del Titanic los equipos acorazados han quedado desfasados.
Casco de buzo clásico, |
El buceo con equipo autónomo y semi autónomo
Se había conseguido mucho con el invento de la escafandra clásica; sin embargo la libertad de movimiento que disponía el buceador a pulmón libre, limitada por el tiempo, claro está, no la tenia el buzo clásico. Es cierto que con ese invento se había ganado en profundidad y autonomía, pero sin embargo el buzo metido en su escafandra estaba supeditado al cordón umbilical que le unía con la superficie; había que romper ese cordón y dar al buzo una total autonomía bajo el agua, asemejarle lo más posible a un pez. Esto no era nuevo, desde que en la remota antigüedad se utilizaron los odres de carnero llenos de aire a guisa de equipos autónomos de buceo. Sin embargo, hasta el año 1680 en que el físico y matemático italiano Giovanni Alfonso Borelli diseñó su aparato de buceo autónomo, no había habido nada semejante. En realidad la idea no era realizable pues no tenia un fundamento técnico pero era ingeniosa y además por primera vez aparecía algo semejante a las aletas natatorias, aunque de forma parecida mas bien a las garras abiertas de una fiera. Desde el invento de Borelli hasta el año 1825 hay una serie de intentos por lograr este tipo de aparato, el primero de ellos fue el diseñado por el inglés William H. Jomes alcanzaba una presión de 30 atmósferas, si bien su utilización en profundidad era muy limitada; después vendría el del norteamericano Condert en 1831 en el que incorporaba a la espalda una botella cargada con aire comprimido.
Pero el que en realidad seria el primer paso decisivo en este tipo de aparatos sería el de los franceses Benoit Rouquayrol y Auguste Denayrouze (1861) al que bautizaron con el nombre de "Aerofo' y aunque en realidad no se trataba de un equipo autónomo puesto que el aire lo recibía de la superficie, el concepto de este aparato lo acercaba ya a la meta que se andaba buscando; este aparato llevaba un depósito en el que el aire procedente de la superficie se iba comprimiendo, del citado depósito pasaba a una válvula que hacia las veces de regulador de presión, que actuaba a la demanda del buzo cuando éste aspiraba. El depósito y la válvula lo llevaba el buzo sujeto a la espalda con una correas y la respiración se hacia a través de un tubo traqueal directo desde la válvula a la boquilla que el buzo introducía en la boca; la cabeza la llevaba cubierta por una especie de máscara facial que le cubría totalmente, provista de cuatro mirillas de observación. Este aparato habría de ser el que inspirase a Julio Verne los equipos submarinos de sus personajes en su obra "Veinte mil leguas de viaje submarino".
Escafandra de Borelli (1680)
Del invento de Rouquayrol y Denayrouze, generalmente se ha pasado, pudiéramos decir injustamente al de Le Prieur, quizá por falta de información, pero lo justo es que antes de Le Prieur, hubo un japonés llamado Ohgushi, quien en el año 1918 fabricó y patentó un aparato respirador autónomo de aire con válvula a la demanda. Este aparato se llegó a utilizar con éxito a profundidades entre 60 y 100 metros.
Primer equipo autónomo de
Rouquayrol y Denayrouze
Pocos años después (1924) ocurriría un acontecimiento que si bien en aquel entonces apenas tuvo trascendencia, para lo sucesivo seria definitivo. Las ideas de Leonardo de Vinci y posteriormente la de Borelli, de dotar al buceador de unas aletas que le asemejaran a un pez se hacen realidad. El francés Luis de Corlieu, marino de profesión, diseña y patenta las primeras aletas de goma vulcanizada, las cuales aparecen por primera vez en el mercado en el año 1935. De la utilidad de este invento todos los que practicamos el deporte subacuático conocemos sus ventajas.
Un oficial de la marina francesa, muy interesado por el buceo con aire y de lograr el sueño de dotar al buzo de autonomía y libertad de movimientos, basándose en lo hasta entonces conocido, ideó un aparato al que bautizó con el nombre Fernez-Le Prieur, el primer nombre por su socio, que consistía en un botellón de acero de 6 litros de capacidad cargado a una presión de 150 Atm. que el buceador llevaba colocado delante, o a la espalda; en el grifo de la botella llevaba acoplado un mano reductor de presión regulable, coincidiendo con el lado derecho que salía una manguera de corta longitud que penetraba en una máscara tipo gran facial que abarcaba nariz y boca, con cristal panorámico, similar al de las primeras gafas de buceo. El inconveniente de este aparato era su escasa autonomía dado el tamaño de la botella. Pero era el primer equipo dotado con un regulador a la demanda con cámaras de presión ambiente y de baja presión. En las pruebas realizadas se llegaron a alcanzar los 50 m. sin ningún incidente; el problema como decíamos, era su escasa autonomía pues no podía pasar de los quince minutos a pequeñas profundidades.
Del invento de Le Prieur, casi olvidado, se pasó al de George Commheines, quien en el año 1943 diseñó un aparato que mejoraba sensiblemente al anterior; las pruebas de este aparato se hicieron en Marsella aquel año logrando alcanzar los 35 m.
Jacques-Yves Cousteau en 1976 |
Pero paralelamente a este acontecimiento intrascendente habría de seguir otro de verdadera trascendencia para el buceo autónomo. Dos franceses, un ingeniero y un marino, Emile Gagnan y Jacques Ives Cousteau, daban los últimos toques a un aparato al que denominaron “Aqua-lung” (Pulmón acuático) que abriría definitivamente las puertas del mundo submarino a millares de buceadores. Un dia del mes de julio de 1943, en aguas de la Costa Azul, se hizo la prueba definitiva que resultó totalmente satisfactoria pues el aparato funcionó perfectamente. El concepto de este nuevo aparato estaba basado en el de los diseñados por Denayrouze-Rouquayrol y Le Prieur, pues se basaba en el fundamento de la membrana equilibradora, concepto que quedaba sensiblemente mejorado puesto que en el nuevo modelo todo el proceso de regulación de presiones se hacia en un cuerpo único de regulador. Esta es la razón por la que al regulador de doble tráquea se le siga denominando de “una etapa”, cuando en los modelos actuales no ocurre así, como veremos más adelante. El “Aqua-lung” dentro de su único cuerpo tenía tres cámaras: cámara de alta presión, de baja presión y de presión ambiente. Además este aparato tenía la novedad de que todo el circuito respiratorio se efectuaba a través del regulador pues llevaba incorporados dos tubos traqueales tipo anillado, uno de admisión del aire mediante la boquilla para aspiración desde la cámara de baja presión y otro desde la boquilla a la cámara de presión ambiente donde era expulsado al exterior. Otra de las ventajas de este nuevo equipo era la de su autonomía pues disponía de tres botellas de acero de 5 litros de capacidad, cargadas a 150 atm.
Primitivo regulador Cousteau-Gagnan
Posteriormente a ese día memorable de julio de 1943, un destacado miembro del Equipo Costeau, Frederic Dumas, se sumergió en aguas de Marsella, donde llegó a alcanzar la respetable profundidad de 63 m. , operación que duró 15 minutos. A partir de aquí puede decirse que el sueño de tantas generaciones de buceadores se había cumplido, el hombre podía penetrar bajo el agua dueño de sus movimientos, con plena autonomía sin tener que depender de la esclavitud del cordón umbilical con la superficie ni de la molesta posición de avance erguida portando pesados zapatos de plomo. Había nacido el “hombre pez”.
Cuatro años más tarde, el mismo Dumas, lograría alcanzar los 93 m. satisfactoriamente no le ocurriría lo mismo a su compatriota Maurice Fargues (en la foto a la izquierda), quien alcanzó los 120 M. pero dejó la vida en el intento.
A partir de la comercialización del "Aqua-lung" muchos países, entre ellos España obtendrían licencias para la fabricación de este revolucionario aparato. El nuevo horizonte que se vislumbraba para el buceo autónomo era realmente impresionante, el hombre había comenzado la conquista de ese nuevo mundo oculto bajo las aguas.
Paralelamente a los equipos autónomos de circuito abierto aparecieron otros de circuito cerrado para utilización de oxigeno, si bien estos aparatos nacieron con el fin de servir de salvamento a las tripulaciones de los submarinos, después serían utilizados por los buceadores de combate de los países en contienda de la segunda guerra mundial, siendo los italianos los primeros en utilizarlos.
De izquierda a derecha: Jacques-Yves Cousteau, Quartier-maître torpilleur Georges, Philippe Tailliez, Maître torpilleur Pinard, Frédéric Dumas y Second-maître aéronautique Morandière, a bordo del L’Élie Monnier (1947)
Eran otros tiempos...
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